Moacyr Barbosa fue uno de los mejores porteros de la historia del
fútbol. Hoy nadie lo conoce. Pero así fue. Su amplio palmarés le avala.
Barbosa era reconocido en los años 40 como el mejor portero de su
tiempo. Defendió prácticamente durante toda su carrera la portería del
Vasco de Gama, y aún hoy, es el jugador que más títulos ha conquistado
con la ‘cruzmaltinha’. Pero su vida dio un vuelco de 180 grados en el
estadio nacional de fútbol “Jornalista Mario Filho”, más conocido como
Maracaná, precisamente el mismo que le vio encumbrarse al olimpo del
fútbol mundial.
El 16 de julio de 1950, Maracaná albergaba 250.000 almas para presenciar el último partido del Mundial Brasil’50. El azar quiso que el último partido lo disputasen los dos mejores equipos del torneo, y del cual saldría el campeón del Mundo: Uruguay y la anfitriona Brasil.
El 16 de julio de 1950, Maracaná albergaba 250.000 almas para presenciar el último partido del Mundial Brasil’50. El azar quiso que el último partido lo disputasen los dos mejores equipos del torneo, y del cual saldría el campeón del Mundo: Uruguay y la anfitriona Brasil.
A las 15.30 horas dio comienzo el encuentro ante un país enfervorizado
que llevaba varios días festejando la más que segura victoria de la
‘canarinha’.
Brasil vivía en un tremendo éxtasis. Una euforia que estalló por
completo cuando a las 16:32, apenas comenzada la segunda mitad, Albino
Friaca anotaba el primer gol de la final, poniendo a su selección con más de pie y medio en la cumbre mundial del fútbol.
Tras la reanudación, el equipo celeste, crecido gracias al aliento de su capitán, se volcó al ataque, y a falta de 23 minutos para el final del encuentro, ‘el Diablo’ Schiaffino, jugador del Peñarol de Montevideo, conjugaba con Alcides Ghiggia por la banda derecha y colaba el balón en la escuadra izquierda del portero carioca, Moacyr Barbosa (foto).
Todo Maracaná, se sumió en un gran silencio, pero a los pocos segundos siguieron los cánticos y los festejos, porque Brasil, pese a agotar su margen de error seguía siendo campeona del Mundo. No obstante, 13 minutos más tarde, Ghiggia de nuevo, recibió el balón en la banda derecha, junto a la línea de cal y tras recorrer 40 metros sorteando jugadores amarillos, se plantó dentro del área. Barbosa, con la jugada del gol de Schiaffino aún en mente, se apresuró a tapar el más que posible pase de la muerte al nueve carioca, tal y como había sucedido 13 minutos antes. Sin embargo, Ghiggia, prácticamente sin ángulo, ejecutó un milimétrico disparo entre el defensa local Bigode y el poste de Barbosa, sin que este pudiera hacer nada (foto).
Maracaná
y todo Brasil enmudecieron y se ahogaron en un silencio temperamental. Estos segundos se convirtieron en 50 largos años para Moacyr
Barbosa.
Barbosa fue el gran infectado. Fue señalado y humillado por todo su país. Brasil nunca le perdonó aquel último gol de la final, algo que le condenó de por vida. La vida de Barbosa se convirtió en un verdadero infierno de la noche a la mañana. Bastaba con que entrara a una panadería, para que todos los clientes huyeran como si hubieran visto a un fantasma. Sobre ésta y otras reacciones, Barbosa aseguraba que si no hubiera aprendido a contenerse cada vez que la gente le despreciaba, "habría terminado en la cárcel o en el cementerio". También recordaba el hecho más triste de su condena futbolística. “Fue una tarde de los años ochenta en un mercado. Me llamó la atención una señora que me señalaba mientras le decía en voz alta a su hijo: 'Mirá, ese es el hombre que hizo llorar a todo Brasil'".
Barbosa fue el gran infectado. Fue señalado y humillado por todo su país. Brasil nunca le perdonó aquel último gol de la final, algo que le condenó de por vida. La vida de Barbosa se convirtió en un verdadero infierno de la noche a la mañana. Bastaba con que entrara a una panadería, para que todos los clientes huyeran como si hubieran visto a un fantasma. Sobre ésta y otras reacciones, Barbosa aseguraba que si no hubiera aprendido a contenerse cada vez que la gente le despreciaba, "habría terminado en la cárcel o en el cementerio". También recordaba el hecho más triste de su condena futbolística. “Fue una tarde de los años ochenta en un mercado. Me llamó la atención una señora que me señalaba mientras le decía en voz alta a su hijo: 'Mirá, ese es el hombre que hizo llorar a todo Brasil'".
En 1993 fue expulsado hostilmente (de manos del entonces segundo
entrenador de Mario Zagallo), de una concentración de la selección
brasileña, a donde Barbosa había acudido para desear suerte a los
jugadores que luego ganarían el Mundial de USA´94. Poco antes de morir
dijo desconsolado: “En Brasil, la pena mayor que establece la ley por un
matar a alguien es de 30 años de cárcel. Hace casi cincuenta que yo
pago por un crimen que no cometí y yo sigo encarcelado”. Otra frase que
se le escuchó en sus últimos días fue: “No jugué yo sólo, éramos once”.
Barbosa falleció el 7 de abril del 2000, aislado y pobre. Quien fuera el
mejor portero de su tiempo murió sólo. A su entierro asistieron a penas
50 personas, entre familiares y amigos, y no hubo ningún representante
del fútbol carioca. Al día siguiente uno de los diarios más importantes
de Brasil sintetizó la vida del guardameta en el título: “La Segunda
Muerte de Barbosa”.
Fuente: www.taringa.net
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