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jueves, 5 de diciembre de 2013

ALBERTO MARTORELL, UN PORTERO QUE SALVABA GOLES Y VIDAS

Martorell, con el Español.

Nació en Madrid en 1916 en el seno de una familia prototipo de la burguesía catalana, y creció jugando en el colegio y en las calles cercanas a la Diagonal mostrando buenas dotes como delantero.

Su primer equipo fue la Peña Montserrat, donde cambió el hacer goles por detenerlos a causa de un accidente. En un partido, el árbitro señaló un penalti y el portero del equipo de Martorell se enfadó tanto que se fue del campo. Alberto se colocó bajo palos. No paró el lanzamiento, pero hizo tantas paradas que inició una carrera que se cerró con 123 partidos en Primera en 1945 y cuatro con la selección.

Fue creciendo en el mundo del fútbol hasta llegar al Español, pero nunca olvidó que su verdadera vocación era la medicina. Sus estudios, con el corazón como especialidad, marcaron su juventud. Aunque llegó a la entidad blanquiazul en 1933 (debutó contra el Granollers en un partido del Campeonato de Cataluña), hasta pasada la Guerra Civil no pasó a formar parte del equipo profesional.

Alberto Martorell,  portero del Español, compartía la meta perica con su trabajo como médico al lado de su hermano Fernando. Los dos se iban a convertir en figuras esenciales para el desarrollo de la Angiología y la cirugía cardiovascular en España. Cada vez más seguro de que la medicina era su gran vocación, Martorell rechazó ofertas de Barcelona y Madrid. Su familia era, y es, una de las tradicionales en la historia del equipo perico. Él mismo, una vez retirado, fue nombrado directivo el 20 de octubre de 1945. 

A los 30 años decidió dejar de jugar y se entregó en cuerpo y alma a la Angiología, llegando a ser una referencia mundial en esa especialidad. El 7 de julio de 1959 creó en Barcelona la Sociedad Española de Angiología y sus dos hijos, Mari Paz y Alberto, se convirtieron también en cirujanos cardiovasculares.

El 22 de noviembre de 2011, a los 95 años, se apagó la vida del portero que se formó al lado de Ricardo Zamora. Se iba un españolista de corazón, un hombre del que nadie nunca habló mal, que se volcó en ayudar a los demás desde su especialidad, un amante del deporte y de sus valores, el cual  nunca ocultó la vergüenza que le suponía ver el dinero que se movía en el fútbol.

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